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  Flor de té Miembro

  abril 2019 editado abril 2019

  
  
  
  
  CAPITULO ll, Explorando el templo
  
  
  Virgilio se había despertado de buen humor aquella mañana.
  Ni los incesantes ataques de chispones ni los resortes ya medio oxidados de aquella cochambrosa cama habían conseguido quitarle el sueño.
  A estas alturas la única que conseguía hacerlo era ella...
  
  
  
  
  
  - ¡Buenos días! Ayer se me pasó presentarme, me llamo Virgilio. Hace dos días llegué a Brindleton Bay y con los pocos ahorros que tenía decidí hacer una locura y plantarme en Selvadorada. Necesito información, toda la que puedas proporcionarme... Si no te importa, claro. Tampoco quiero ponerte en un compromiso.
  - ¡Por supuesto! Encantada Virgilio, yo soy Alma. Pregúntame todo cuanto desees saber.
  - ¿Estás soltera? - susurró Virgilio por lo bajini.
  - ¿Perdón?
  - Nada, nada... Esto... Ayer me adentré entre la maleza cerca del sendero de Belomisa y encontré estas impresionantes cascadas. No conocía su existencia, hay una especie de portal que conecta con otra zona de la selva.
  
  
  
  
  
  - ¿Crees que es peligroso adentrarse en ella?
  - ¡Vaya, pues ya has llegado más lejos que muchos selvadoreños! No tengo ni idea de cuán peligroso podría llegar a ser pero lo que te recomendaría es que te aprovisionaras correctamente para no tener ningún susto. Ahí fuera hay todo tipo de bichos.
  - Sí, tienes razón, creo que será lo más pertinente. ¿Alguna vez has visitado las cascadas?
  - Nunca, en este pueblo conocemos los peligros de la selva y a decir verdad soy un poco aprensiva...
  - Puedo entenderlo... El caso es que mientras estuve allí hice unas cuantas fotos, ¿te gustaría verlas?
  - ¡POR SUPUESTO! - exclamó Alma.
  
  
  
  
  
  Virgilio no destacaba por su habilidad con la fotografía pero aquellas instantáneas la dejaron sin palabras...
  - ¿Te gustan?
  - ¡Son impresionantes! ¡Qué belleza! No puedo creer que algo tan maravilloso esté aquí en Selvadorada...
  - Son magníficas y las vistas alucinantes. Si quieres puedes venir un día conmigo a visitarlas, te aseguro que conmigo estarás a salvo. Nunca dejaría que te pasara nada malo...
  
  
  
  
  
  En la cara de Alma se dibujó una sonrisa.
  Una sonrisa que decía mucho más que aquel silencio sepulcral que se hizo después de la propuesta de Virgilio.
  Él la miraba con esos ojos dulces, llenos de cariño, que pedían a gritos un abrazo, una caricia, un beso...
  Poco a poco la relación se iba fraguando y aunque fuera la segunda vez que se veían, Virgilio sentía algo dentro que le afirmaba con rotundidad que aquella mujer sería su esposa y la madre de sus hijos.
  No había lugar para el miedo o el rechazo.
  
  
  
  
  
  - Es muy amable por tu parte pero tengo mucho trabajo en estos momentos. De verdad que lo siento...
  - ¡No importa! Para la próxima, las cascadas seguirán ahí, no se van a mover. Seguiré investigando hasta dar con el templo, por el aspecto de las ruinas yo diría que no ando muy lejos... Quién sabe, puede que encuentre algún tesoro o reliquia antigua por el camino.
  - ¡Mantenme al tanto y haz todas las fotos que puedas! - dijo Alma mientras se alejaba hacia el puesto.
  - ¡Lo haré, no te quepa la menor duda!
  
  
  Un tímido guiño fue la perfecta despedida que le brindó a Virgilio mientras este, medio atontado todavía por la situación, se quedaba parado mirando como se marchaba.
  
  
  
  
  
  Así es como nacen las grandes historias de amor.
  
  
  
  
  
  Nuestro querido fundador avanzaba poco a poco y a paso de hormiga hacia un futuro prometedor como arqueólogo.
  Con un nivel 4 en la habilidad no le tomaba tanto tiempo desenterrar reliquias. Además ya podía encontrar montones de tierra sin mucho esfuerzo, lo que suponía un posible y suculento botín.
  Cualquier baratija se vende casi a precio de oro en el mercado de la plaza, así que decidido a llenarse los bolsillos Virgilio recogió todo su equipamiento y tomó rumbo de nuevo hacia el sendero de Belomisa.
  
  
  
  
  
  Al llegar el portal seguía abierto, la hiedra no había conseguido su cometido...
  Si los antiguos dioses omiscanos confiaban en una mata de hierbajos para ahuyentar a los curiosos la llevaban clara.
  Pero la selva guarda muchos secretos, la gran mayoría de ellos bastante peligrosos y aterradores. Por muy preparado que estuviera Virgilio debía de ser consciente de que la muerte acechaba prácticamente en cualquier esquina.
  Estar alerta, jamás bajar la guardia...
  
  
  
  
  
  ...es algo básico sí quieres mantenerte con vida.
  Pero casualidades del destino, Virgilio tenía la cabeza en otra cosa. Más concretamente en una con el pelo rizado y de ojos marrones.
  Y es que una vez que atraviesa el portal se encuentra un nido bastante singular. Dentro hay un huevo de un tamaño considerable con una forma bastante peculiar. Con sigilo, Virgilio se acerca cuidadosamente para observarlo de cerca.
  ¿Qué hacer? ¿Pasar de largo o jugársela acercándose a husmear?
  
  
  
  
  
  Obviamente la segunda opción...
  Al parecer la madre no andaba muy lejos y al ver como Virgilio se acercaba cada vez más al nido optó por una medida disuasoria un tanto... curiosa.
  Aquel animal era muy extraño, diría que legendario. Él recordaba haber leído algo sobre como los antiguos omiscanos veneraban y alababan a una criatura alada que según los escritos y leyendas echaba fuego por la boca.
  Virgilio había conseguido escapar de una muerte segura sin apenas un rasguño.
  
  
  
  
  
  Todo aquello pasó a un segundo plano cuando alzó la mirada y se dio cuenta de que estaba más cerca de lo que pensaba del antiguo templo.
  Apresurado corrió hacia aquel montón de rocas superpuestas que evocaban sin duda alguna la presencia de algún tipo de reliquia o tesoro antiguo.
  Tan, tan antiguo que los propios arqueólogos no pudieran ni datar. Tanto, que en el mercado de anticuarios de Brindleton Bay pagarían una fortuna por él.
  
  
  
  
  
  Y así fue... ¡Virgilio se topó con un cofre!
  - ¡Diantres, lo que pesa esto!
  
  
  
  
  
  ¡Por fin ha conseguido hacerse con algo de valor!
  Una extraña estatuilla, un trozo de barro... ¡Y una bendición!
  Virgilio había sido bendecido por los dioses, al parecer ahora mantenía una relación de amistad con alguien del barrio (que poco a poco perdería debido al completo y descarado desinterés de este por las relaciones).
  Y así, con bendición incluida y todo, Virgilio siguió el sendero y al atravesar uno de los portales anexos dio con el más ansiado tesoro.
  
  
  
  
  
  ¡EL TEMPLO OMISCANO!
  La brisa traía consigo un aroma único.
  Como un aire vigorizante que parecía empujarlo hacia dentro de aquel lugar sagrado, adorado por los antiguos pobladores de esta fértil tierra.
  Hoy la naturaleza parecía haber engullido todo resto de civilización en el lugar pero el monumento seguía completamente intacto y todavía en pie.
  Virgilio suspiró profundamente y de un paso firme se adentró en el oscuro habitáculo.
  
  
  
  
  
  El lugar parecía estar repleto de montones de tierra con pedazos de historia.
  Uno a uno, Virgilio fue desenterrando tan cotizados trofeos...
  - ¡Voy a hacerme de oro! - pensaba.
  
  
  
  
  
  Analizando en profundidad el lugar resultaba tremendamente mágico.
  El portal de acceso a la siguiente sala estaba sellado por una trampa de fuego. Solo los aventureros más preparados podrían descifrar los códigos de desactivación de aquella terrible ratonera.
  Virgilio tampoco tenía en sus planes acabar hecho chamusquina por culpa de cuatro rudimentarios sopletes de la era omiscana así que pronto se puso manos a la obra para intentar resolver aquel rompecabezas.
  Que piezas no le faltaban precisamente.
  
  
  
  
  
  A un lado de la sala un ejercito de calaveras custodiaba la entrada.
  Pensando que posiblemente se tratara de algún tipo de mecanismo secreto Virgilio comenzó a analizar cada pieza de tan asombrosa obra de orfebrería cuando sin previo aviso sintió la llamada de la naturaleza.
  ¿Qué podía hacer?
  Había visto en la entrada dos arbustos que parecían estar faltos de "riego" y sin pensarlo ni un segundo salió en estampida...
  
  
  
  
  
  Una vez aliviado y dispuesto a entrar de nuevo en el lugar recibió la visita de un peludo habitante del lugar...
  ¡Una araña! ¡En su hombro!
  Virgilio no tardó ni medio segundo en sacar de su bolsillo el repelente del doctor Parker, famosísimo y efectivo repelente para bestias de ocho patas.
  Aquel ataque le dio una idea... ¿Y si aquella especie de columna con jeroglíficos y una palanca fuera el mecanismo que desactivase el fuego?
  ¡Cómo algo tan evidente se le podía haber pasado por alto!
  
  
  
  
  
  Sin un nivel de lógica adecuado la tarea se complicaba bastante...
  Mientras anotaba las posibles combinaciones en su cuaderno le pareció ver por el rabillo del ojo que algo se movía entre los matorrales.
  Fue acercándose poco a poco, cautelosamente, intentando hacer el menor ruido posible. Quién quiera que fuera no parecía darle ni la más mínima importancia a Virgilio.
  ¿Sería un explorador extraviado y medio loco dispuesto a saquearlo con tal de poder salir de aquel laberinto?
  La tensión era tal que se podía cortar con un cuchillo...
  
  
  
  
  
  ¡Pero qué ven mis ojos! ¡Un esqueleto viviente! O muriente, según se mire...
  Virgilio parecía más intrigado que paralizado por el miedo. Ni corto ni perezoso empezó la conversación.
  
  - ¿Hola? Por el creador, es asombroso...
  - ¡Hola! Mi nombre es Huésteban Calavera y soy el guardián del templo. Estoy aquí para asegurar la integridad del lugar, que con tanto aventurero uno nunca sabe lo que puede pasar...
  - Pero tenía entendido que nunca nadie había conseguido entrar... - dijo Virgilio extrañado.
  - ¡Entrar sí, lo que nunca hicieron fue salir! No te asustes si encuentras polvo de huesos en alguna sala, muchos de ellos persistieron en la búsqueda hasta su último aliento.
  - Bueno, es un placer Huestéban... Yo voy allí a... Bueno, a intentar desbloquear la puerta...
  - ¡Sin problemas! Si necesitas hablar ya sabes dónde encontrarme.
  
  
  
  
  
  "Sí, corriendo" pensó Virgilio para sus adentros...
  
  
  
  
  
  ...lo que le faltaba, una amistad con un enorme saco de huesos.
  
  
  Hasta aquí el capítulo de hoy...
  Parece que Virgilio está cada vez más cerca del preciado cofre del tesoro.
  ¿Qué otras sorpresas le deparará el templo? ¿Encontrará los restos de todos aquellos viajeros extraviados?
  ¡Todo esto y mucho más en el próximo capítulo!
  
  
  
  
  
  
  
  CAPITULO III, Descubriendo los secretos del templo
  
  
  A medida que Virgilio avanzaba y se enfrentaba a aquellos endemoniados mecanismos, no solo su habilidad arqueología aumentaba si no también su lógica (cosa bastante útil cuando no quieres acabar cubierto por una nube de polvo o volver a casa con una maldición a tus espaldas).
  No cabía en sí de gozo, estaba allí, en el lugar donde tantas y tantas veces desde bien pequeño había soñado explorar y con el que fantaseaba cada noche al acostarse cuando su madre lo arropaba.
  Era real. Tan real que un solo paso en falso podría costarle la vida.
  
  
  
  
  
  En la sala había varías trampas repartidas, cosa que dificultaba enormemente el trabajo a Virgilio.
  Creía haber encontrado la forma de resolver alguno de los "acertijos" que se disponían por el suelo pero así, entre nosotros, poca idea tenía acerca de los jeroglíficos que los adornaban...
  Decidió intentar salvar las apariencias anotando en su cuaderno toda aquella simbología, pero al final sería la suerte quién decidiese el desarrollo de la historia.
  
  
  
  
  
  Un poco estúpido, ¿verdad?
  Arriesgar tu integridad física lanzando una moneda al aire para decidir cual de todos aquellos engranajes sería el elegido para llevarle a la siguiente sala o directamente al purgatorio.
  Pero quién no arriesga no gana y Virgilio es todo un temerario (rasgo, que por cierto, echo mucho en falta en esta saga de Los Sims).
  
  
  
  
  
  Aquel portal parecía estar constituido de dos grandes bloques de roca que escondían en su interior algún tipo de mecanismo capaz de generar una descarga eléctrica.
  Curiosa forma de disuadir a los curiosos pero no menos anecdótica ya que los antiguos omiscanos no conocían la electricidad y su máxima energética fueran quizás las antorchas empapadas en brea.
  Desconociendo totalmente el amperaje y sin ganas de documentar los efectos de este en el cuerpo de un sim, Virgilio siguió investigando todas y cada una de las posibilidades existentes.
  
  
  
  
  
  - Interesante... - pensó para sus adentros Virgilio.
  Cuatro cuencos vacíos con diferentes símbolos y separados a una distancia con una precisión casi milimétrica parecían llamar su atención. ¿Y si intentara activarlos por medio de la fluctuación de peso? Sería ingenioso cuanto menos.
  De su bolsillo sacó un puñado de arena y la dejó caer delicadamente sobre uno de ellos.
  Craso error... Escapó por los pelos de un dardo envenenado que iba derechito a su cuello. Los efectos de este veneno Virgilio los conocía gracias a los libros de arqueología y sabía que podía ser mortal si no se conseguía el antídoto a tiempo.
  
  
  
  
  
  La única opción que le quedaba era aquella plataforma.
  Con un aire seguro Virgilio subió un pie, después otro... Una luz cegadora iluminó el suelo de la sala y unos ruidos mecánicos lo avisaron de que la trampa había sido desactivada con éxito. Por fin podía respirar tranquilo.
  
  
  
  
  
  - ¡GENIAL! - exclamó Virgilio.
  Al atravesar la puerta dio con otra sala, esta un poco más menuda, en la que había un tótem de piedra tallada y coloreada de manera bastante llamativa. Era la primera vez que Virgilio veía algo así... Hasta ahora.
  Aquella enorme e imponente escultura infundía respeto, un respeto que estando allí parado de pie frente a ella daba verdadero pavor.
  
  
  
  
  
  Cogió su bloc de notas, ojeó las anotaciones que había hecho anteriormente e intentó recordar la lectura de la noche anterior pero nada, quedó completamente en blanco.
  ¿Qué hacer ahora? ¿Habría algún mecanismo de activación en alguna parte de aquel increíble armatoste rocoso? Demasiadas preguntas sin respuesta y el tiempo se agotaba, la vuelta a casa era casi inminente...
  ¡Sí, había conseguido llegar bastante lejos y ya era todo un logro pero sería como irse con las manos vacías!
  
  
  
  
  
  - Ese tipo de bloqueo... Creo haber leído algo sobre la fuerza magnética. Si no me equivoco y mis cálculos son exactos la única forma de desactivarlo es la que creo que estoy pensando. Parece muy arriesgado pero tengo que intentarlo - se estrujaba los sesos Virgilio intentando recordar bien el procedimiento.
  Envalentonado giró la mirada hacia el tótem y con aire decidido comenzó a increparlo. Sus manos empezaron a transpirar, se le entrecortaba la voz y apenas conseguía disimular el temblor de sus rodillas pero continuó con la afrenta.
  De repente el silencio... Hasta que aquellos ojos comenzaron a abrirse.
  
  
  
  
  
  - QUIÉN OSA MOLESTAR A LOS DIOSES OMISCANOS - dijo con voz de ultratumba el tótem milenario.
  - ¡YO! ¡Soy Virgilio Polo y te lo advierto, tengo muy poca paciencia! Quiero y TE ORDENO que desactives de inmediato ese campo de fuerza que rodea la puerta de acceso a la siguiente sala.
  - ENTIENDO, ejem... Mira, entre tu y yo, estoy harto de este trabajo. Cuando me crearon pensé que sería divertido, que conocería gente... Pero desde hace años no veo ni un alma por aquí. Desbloquearé esa puerta con una sola condición.
  - ¿Y cuál es? - preguntó intrigado Virgilio.
  - Que pases a verme más a menudo, me siento tan solo... Un simple "hola, cómo estas" a uno le puede alegrar el día ¿sabes?
  
  Virgilio aceptó y la trampa quedó desactivada al momento.
  Sin saber muy bien cómo despedirse, alzó la mano mientras se alejaba prometiéndole que en su próxima expedición pasaría a visitarlo... Y aquel montón de piedras superpuestas quedó maravillado.
  
  
  
  
  
  Pero claro, no hay que cantar victoria antes de tiempo, como dice el dicho "no vendas la piel del oso antes de cazarlo"...
  Otra endemoniada trampa custodiaba la que parecía ser la tan preciada sala del tesoro.
  
  Con un nivel de energía bastante bajo, después de varias latas de brío y con unas incesantes ganas de "soltar lastre" Virgilio no estaba para perder el tiempo.
  Sujetó con todas sus fuerzas aquella palanca y fue probando una a una todas las combinaciones posibles...
  
  
  
  
  
  Igual perdió algo de dinero, pero finalmente el sacrificio mereció la pena...
  
  
  
  
  
  El cofre del tesoro.
  Con la máxima delicadeza Virgilio comenzó a mover aquel bloque de piedra. De dentro emanaba un brillo cegador y un olor a humedad hizo erizar hasta el último vello de su cuerpo.
  Nunca, desde que los antiguos omiscanos construyeron el templo, había sido abierto. La excitación y el nerviosismo comenzaron a ser palpables, el ambiente se tornó ligero como una pluma.
  
  
  
  
  
  - ¡Por fin, ya eres mío! - exclamó Virgilio.
  
  
  
  
  
  En aquel momento y contemplando la belleza de tan merecido trofeo no pudo si no pensar en ella... Después de tanto sacrificio, tantas horas sin dormir, enfrentándose a la muerte cara a cara... Y lo único que se le pasaba por la cabeza en aquel momento era verla, poder enseñarle de lo que había sido capaz, demostrarle que los sueños se cumplen.
  Debía bajar a la tierra para seguir con su ambicioso proyecto, era hora de volver para seguir trabajando duro y conseguir algo de dinero porque la vuelta a casa estaba cerca y las facturas tendría que pagarlas.
  Salió del templo con la cabeza erguida, mirando a su alrededor con una sensación de satisfacción indescriptible y se dirigió camino de la plaza del pueblo.
  
  
  
  
  
  No había tiempo de dormir, otra lata más de brío líquido no le haría daño, lo importante ahora era conseguir desempolvar todas aquellas reliquias y venderlas al anticuario del museo para conseguir un buen puñado de simoleones.
  Está claro que los inicios siempre son duros y más cuando partes casi de cero pero ahora Virgilio saboreaba la vida de una manera diferente.
  El gusto por el trabajo bien hecho y el esfuerzo se habían convertido en su máxima.
  
  
  
  
  
  Selvadorada le había dado tanto y en tan poco tiempo que iba a extrañar muchísimo su olor, su color, sus gentes y sobre todo... a ella.
  La vuelta a Brindleton Bay fue de madrugada. Con el dinero de las reliquias levantaría cuatro paredes y compraría un caballete para ocupar su tiempo entre tomo y tomo de arqueología. Centraría toda su atención en conseguir algo más de dinero para volver cuanto antes allí y seguir descubriendo todos los secretos que la selva escondía.
  
  
  
  
  
  Por fin estaba en casa, rodeado de un cuadro idílico; familias paseando a sus mascotas, gente haciendo ejercicio al aire libre, pescadores en el muelle...
  
  
  
  
  
  Pero aquello solo formaba parte del cuadro, él ahora quería poder ser capaz de pintar sobre su propio lienzo en blanco su historia. Una historia que casi, casi se escribía sola.
  El destino había decidido cruzarla en su camino y ahora él debería de hacer tripas corazón y enfrentarse a su irrefrenable deseo de soledad para aprender a vivir acompañado el resto de sus días.
  Puede que por ahora la situación fuera un poco complicada, que la vida en un cuchitril de 6x6 no cumpliera con sus expectativas de futuro pero con un poco de tesón...
  
  
  
  
  
  ...y paciencia...
  
  
  
  
  
  ...podría crear el mejor de los cuadros.
  
  
  Hasta aquí el capítulo de hoy... Virgilio ha conseguido descubrir el tesoro del templo pero sigue embelesado por aquella vendedora del puesto de comidas de la plaza. ¿Conseguirá Virgilio volver pronto a Selvadorada? ¿Qué más tesoros esconderá la selva? ¿Volverá a verla y será capaz de confesarle todo lo que siente?
  ¡Todo esto y mucho más en el próximo capítulo!
  
  
  

  Post edited by Flor de té on abril 2019

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