Juliana y
Bruno se fueron convirtiendo en niños muy aplicados. Luego de tan revoltosos años, rodeados de conflictos familiares y dinero escaseando en un reducido espacio, se volcaron totalmente al colegio y a sus artes favoritas...
Bruno se percató de que lo único que lo hacía feliz entre tantos problemas eran los colores y manipularlos a su antojo...
Juliana, por su parte, quedó impresionada con el violín en clase de música y decidió que es lo que quería aprender, y probablemente, dedicarse el resto de su vida...
Por su parte, Federico, parece afianzar el vínculo con su vecina,
Yasmeen. Las conversaciones se tornaban cada vez más largas, y tocaban temas cada vez más profundos...
El marido de Yasmeen dedujo que algo sucedía entre ellos. Varias veces en la semana los encontraba en la puerta conversando, y luego de un saludo incómodo, Federico se metía dentro de su apartamento, con mucha vergüenza.
Y esto llegó a oídos de Carolina, a quien le costó creerlo, pero lo vio factible ya que ella se encuentra toda la tarde en el trabajo, mientras que Federico se queda solo mientras los chicos están en el colegio, a causa de que trabaja de noche...
Se veía en una encrucijada. No podía encarar a ninguno de los dos ya que no tenía pruebas de nada, eran simples rumores y especulaciones de parte de un vecino que quizá solo estaba envenenado de los celos. Ni stalkeando pudo conseguir nada, ¡no había pruebas!
En una de sus tardes solo, Federico invitó a Yasmeen a pasar el rato, a merendar algo y conversar de la vida... o al menos eso creía ella. La vecina se encontró con un panorama desagradable: Federico, hombre casado, cuya familia era de su agrado, coqueteándole al borde del acoso, ya que nunca imaginó que esas charlas en el pasillo eran con otra intención...
Justo cuando Federico se fue a trabajar a la tarde, llegó Carolina del trabajo, y encontró a Yasmeen en su apartamento, que casualmente había ayudado a Juliana con una duda que tenía sobre violín, y no se había percatado de que había quedado sola.
Carolina encontró lo que necesitaba ver, la prueba irrefutable, y la encaró sin que nada la pudiese detener...
Fue en vano para Yasmeen hacerla entrar en razón, convencerla de que todo había sido un malentendido...
Cuando llegó Federico, ahí estaba Carolina esperándolo para derramar toda su decepción y su furia. No eran más que idas y vueltas, reclamos y reproches, gritos y más gritos...
-Es necesario hacerme quedar en ridículo con los vecinos? Necesitabas toda esta pantomima para decirme que ya no me amás y que buscás estar con otra mujer? ¿¡Por qué no fuiste honesto conmigo!?
Hasta que solo se necesitó un gesto para que la pelea terminara. Entre tanta violencia verbal y amenazas, Federico la amenazó con
arruinarle la vida para siempre, quitarle los chicos y llevárselos lejos
fue todo lo que necesitó Carolina para darse cuenta de que el matrimonio estaba roto, y que todo eso que antes llamaban amor se había disipado. Ya no importaba si era cierto o no lo de la infidelidad. Todo se tornó oscuro. Carolina agarró algunas pertenencias, le dió un beso a cada uno de los chicos, y
emprendió un viaje corto hacia la casa de sus padres para pensar...
Lejos de casa, Carolina decidió salir de noche para despejarse un poco de todos los malos momentos que había pasado en la ciudad, y a pesar de que extrañaba horrores a sus chiquitos, se permitió salir del rol de madre para pensar en ella como mujer...
Una amiga de la infancia la incitó a cantar en el karaoke por el premio. Sin muchos animos se paró a cantar frente a un montón de gente un tanto bizarra, un tema que ni conocía. No obstante, al girar su mirada lo vio a él... rubio, alto, ojos claros, con mirada enternecedora, que la miraba con una sonrisa en la cara y admiraba su belleza...
Lo encontró en la barra y sin dudarlo, lo invitó a charlar en una de las mesas del lugar. Era sumamente extraño estar tan cerca de otro hombre después de tantos años de matrimonio, y se asombró también de su atrevimiento espontáneo de invitarlo.
La charla duró hasta altas horas de la madrugada. Todo eran anécdotas, historias, risas. Se llamaba
Hans, era soltero y vivía en los suburbios. No buscaba el amor, sin embargo afirmó estar abierto. Ella solo contó que tenía dos hijos, pero jamás lo nombró a Federico. Solo habló de su vida como adolescente y lo bien que vivía con sus padres en los suburbios.
Nada sucedió esa noche a pesar de toda la buena energía entre ellos. Jamás se podrán olvidar el uno del otro.
En el apartamento era el día del cumpleaños de Federico, quien inmerso en una gran tristeza, no tuvo con quien festejarlo. Los días eran eternos sin Carolina. Los chicos eran su mayor compañía, pero nada era igual sin ella. Culpable por todo lo que le dijo antes de su partida, no buscó incomodarla, ni llamarla... sabía que lo de ellos era amor de verdad, y que tarde o temprano, iban a volver a estar juntos como siempre pero era cada día más dificil tratar de estar bien para no entristecer a los niños...
Carolina por su parte, a pesar de no arrepentirse de haber conocido a Hans, quedó inmersa también en un profundo sentimiento de culpabilidad, se sentía infiel e irresponsable, tal como se lo reclamaba a Federico. Se había convertido en todo lo que odiaba. No quería vivir así, su vida estaba en la ciudad, con su marido y sus hijos. No iba a tirar todo por la borda...
Una tarde antes de irse a trabajar, golpean la puerta, Federico algo apurado abre y se la encuentra a ella...
no podía ser más feliz...